La suerte es uno de esos conceptos que todos usamos, pero pocos nos detenemos a definir. ¿Qué es exactamente? ¿Un capricho del destino? ¿Una fuerza misteriosa que beneficia a algunos y castiga a otros? ¿O simplemente una etiqueta que usamos para lo que no podemos controlar o explicar?

Desde niño, siempre vi la suerte como algo externo que no dependía de mí y que no podía controlar. Era algo que me frustraba mucho y que me parecía injusto.
Con el pasar del tiempo he descubierto que, aunque hay factores externos que pueden hacer girar la suerte a mi favor o en contra, la manera en la que manejamos las emociones juega un papel fundamental.
Y aunque existen muchas corrientes filosóficas alrededor del tema, mis dos favoritas son:
la perspectiva de Aristóteles y la corriente pragmática.
En este artículo, propongo un diálogo entre estas dos formas distintas de entender la suerte: la perspectiva de Aristóteles, que la vincula estrechamente con la virtud, y la filosofía pragmática, que la ve más como una herramienta interpretativa que como una realidad objetiva.
¿Es la suerte algo que se tiene, o algo que se construye? ¿Qué papel juega nuestra conducta en lo que llamamos “buena fortuna”?
La suerte como virtud: la visión aristotélica
Para Aristóteles, la suerte existe, pero no tiene el papel central que muchas personas le atribuyen.
En su obra Ética a Nicómaco, deja claro que la felicidad —el fin supremo de la vida humana— no depende del azar, sino del ejercicio continuo de la virtud.
Aristóteles distingue entre lo que depende de nosotros (decisiones, hábitos, carácter) y lo que no (clima, enfermedades, entorno político, etc.).
La persona virtuosa actúa con sabiduría, valor y templanza, incluso en circunstancias adversas.
“Hacer lo correcto en la soledad del anonimato: eso es integridad humana.”
Desde esta perspectiva, hablar de “buena suerte” no es tener eventos afortunados, sino haber cultivado el carácter necesario para aprovechar lo que la vida ofrece.
El “afortunado” es, en realidad, el virtuoso: quien sabe actuar correctamente, elegir bien y perseverar en su propósito.
En otras palabras: la suerte no es un regalo caído del cielo, sino la consecuencia indirecta de vivir bien y con sentido.
La suerte como construcción útil: la visión pragmática
La filosofía pragmática, especialmente en autores como William James y John Dewey, no se interesa tanto por verdades universales o causas últimas, sino por lo que funciona en la experiencia humana.
William James: la utilidad de creer
Para James, nuestras creencias no deben evaluarse solo por su correspondencia con la realidad objetiva, sino por sus efectos en la vida.
Si creer en la suerte (o en la providencia, o en la causalidad) tiene consecuencias prácticas positivas —si motiva, ordena la experiencia o impulsa la acción— entonces esa creencia tiene valor, incluso si no puede demostrarse empíricamente.
En pocas palabras:
Si una creencia te ayuda a ser mejor persona, vale la pena mantenerla, aunque no puedas probar que sea verdadera.
John Dewey: adaptarse a lo imprevisible
Dewey, por su parte, subraya que vivimos en un mundo de incertidumbre. La inteligencia humana se desarrolla, precisamente, para enfrentar lo inesperado.
En ese contexto, hablar de suerte puede ser una forma de narrar eventos imprevisibles sin caer en la parálisis. La suerte, entonces, es una herramienta emocional y narrativa para gestionar la complejidad.
La suerte no es algo que “existe” como una fuerza real, sino una forma en que los humanos contamos lo que no podemos controlar para no bloquearnos ante la incertidumbre.
Así, en lugar de obsesionarnos por controlar la suerte, el pragmatismo propone adaptarnos creativamente a lo que ocurre, aprendiendo de la experiencia y transformando activamente el entorno.

Como decía Bruce Lee: “Be water, my friend.”
El agua toma la forma de todo en lo que entra. (Se adapta)
Podemos tomar esta metáfora para entender la filosofía pragmática sobre la suerte.

¿Encuentro o tensión? Una síntesis posible
¿Son estas dos posturas irreconciliables? No necesariamente.
Podemos ver la virtud aristotélica como una base sólida para actuar con integridad, resiliencia y criterio, y al mismo tiempo, reconocer con los pragmáticos que no todo está en nuestras manos.
Reinterpretar el fracaso como aprendizaje también es una forma de sabiduría.
Podríamos decir que existen dos tipos de suerte:
- La externa: accidente, contexto, oportunidad inesperada.
- La interna: actitud, disposición, capacidad de responder con inteligencia.
La suerte también se entrena. Se cultiva. Se prepara.
Y eso, paradójicamente, nos devuelve otra vez a Aristóteles.
Cómo entender y trabajar con la suerte: una guía práctica basada en la filosofía
1. Enfoque aristotélico: cultivar la virtud para favorecer la buena suerte
Fundamento:
La buena fortuna acompaña al individuo virtuoso. No se trata de esperar, sino de prepararse.
Aplicaciones prácticas:
- Desarrollar hábitos estables: Identificar y practicar virtudes como la templanza, la justicia, el coraje.
- Enfocarse en lo controlable: Distinguir entre lo interno y lo externo.
- Buscar la eudaimonía: Vivir con sentido, no solo con éxito inmediato.
2. Enfoque pragmático: adaptarse a lo incierto
Fundamento:
El valor de una creencia radica en su utilidad para actuar frente a lo inesperado.
Aplicaciones prácticas:
- Reinterpretar los eventos: Preguntarse “¿Qué puedo aprender?”.
- Construir oportunidades: Actuar sin certezas, pero con propósito.
- Ser flexible: Ajustarse al cambio como el agua.
No se trata de afirmar si la suerte es real o no.
Lo importante es cómo respondemos a ella.
Tanto la virtud como la flexibilidad son formas de relacionarnos con lo inesperado.
Y al final, quizá no se trate de tener suerte, sino de estar preparado para cuando llegue.
Wow! Que excelente artículo de “la suerte”. Gracias Israel por tu colaboración con el Chacal. Estuvo de a 100! Muy enriquecedora lectura!
Awesome
Very good